Veintidós de noviembre de 2007


El maganate desmagnetizado.
Un relato de lo por venir.

Marchaba el Señor G. por la calle vacía como si todo lo acontecido no hubiera sucedido. Ni el Crack económico que le había arruinado ni el ascenso a presidente de la empresa, cosa que le había hecho rico en pocos meses. Decir rico es casi un insulto para definir la fortuna que había amasado. Era asquerosamente rico. Pero en estos tiempos, a finales del siglo XXI, el dinero valía menos que un Terabite de puntos en Superbario 300. Eso en el caso de que los ordenadores siguieran funcionando, porque tras la catástrofe económica provocada por la desaparición del petróleo, ninguna fuente de energía servía para alimentar los pocos voltios que hubiera necesitado un ordenador para ponerse en marcha.

La gente que había sobrevivido, mejor dicho la poquísima gente que había sido capaz de vivir sin electricidad, sin calefacción, sin dinero, en fin; los únicos que aún no habían desfallecido eran los autosuficientes.

Casi nadie se molestó en plantearse qué pasaría si un día fallase el combustible que había puesto al planeta al borde del colapso ecológico. Ningún gobierno terminó de tomarse en serio las energías renovables y como la población civil se opuso en masa a la energía nuclear, ningún gobierno quiso perder votos y todos se fueron a la extinción.

Ya no había partidos políticos, ni fuerzas del orden, ni estado, ni naciones. No podía haberlos cuando el dinero no era más que metal redondo y papel pintado.

En esta que el Señor G. paseaba por la calle cuando vio a dos vagabundos calentándose de los rigores de las noches de invierno al amor de un barril (anteriormente de petróleo) en el que habían conseguido un fuego muy rico.

― Perdón, señores, ¿me permitirían compartir el calor de esta hoguera con ustedes?

― Poz claro que zí. Fartaría máz. Arrejúnteze a la lumbre que ez donde máz calorcito hace.

― Muchas gracias caballeros, que no saben como apremia este frío infernal. Desde que nos falta el petróleo, ya no sabe uno como quitarse este fresco de encima.

― Diga usté que sí. Que antes se vivía mejó. Madre mía como echo de menos mi estufita de gah butano.

― Yo le prometo a usted, que si puedo volver a la actividad empresarial, ningún hijo de vecino tendrá que pasar frío en la calle como ahora. La coyuntura se presenta propicia para la reafirmación nacional en los valores del bienestar y la libre circulación de los beneficios producidos por la actividad industrial de la que anteriormente disfrutábamos.

― Poz yo, la verdaz, es que no entiendo ni papa de to lo que ha ditcho, pero que pa mi que ez uzté un emprezario venío a menoz.

― ¡Ni que lo diga usted, amigo mío, ni que lo diga usted! Yo antes me codeaba con las más altas instancias del país y ahora, ya me ve. Aquí pasando un frío que ni te menees.

― Pue, ¿sabe lo que yo pienso? Que la culpa de nuetra degracia la tiene ustede, lo rico, que no hicieron nada pa remedia lo que se no etchaba ensima.

― Parte de razón no le falta, caballero. No, no le falta razón. Pero, ¿qué le íbamos a hacer? Estábamos más atentos a mantener a nuestras empresas en lo más alto del escalafón económico que no atendimos a lo primordial. Cuando se acabó el petróleo de la OPEP, nos dirigimos al petróleo de Rusia, pero también se les habían secado los pozos. Ni siquiera los americanos, que suponíamos tenían reservas para más de veinte años, habían sido capaces de guardarlo. Todo tiene que ver con la mala gestión de los gobiernos de Occidente.

― ¡Pero mira que hablaz! Anda, ponte al caló del barrí, que ez lo único que noz quea del pazao gloriozo del que hablaz.

En esta que un cuarto comensal se presenta al abrigo del fuego. Esta vez era un individuo más joven que los otros tres, un zagal desaliñado con más huesos que carnes y más pellejo que entrañas. La camiseta raída no era capaz de guarecerle del frío, así que llevaba un abrigo de visón que en su momento debió ser carísimo, pero que ahora carecía de interés por lo mal oliente, destrozado y raído que lo llevaba el pollo en cuestión.

― ¡Pasa trons! ¿Cómo lo lleváis, flipadillos de la vida? ¿Quién es este pavo?

― Pue es un tío rico que no hemo echao, chaval. Paize que anteh se sacaba lo cuarto con una empresa de esa to gorda.

― Hola, buenas noches, me llamo…

― Así que Don Señorito requiere ahora de nuestros servicios. Pues muy bien. A mí me la trae al fresco. ¡Ostia, qué frío, tú! ¿Sábes lo que pienso? Que la culpa de todo la tenéis vosotros. Toda la vida nos disteis las mierdas de salarios que nos dabais para que nos jodiésemos trabajando hasta la jubilación y después, a vivir con una mierda de pensión que son dos días, literalmente. Anda y que os jodan.

― Tampoco hay que ponerlo así. Yo trabajé muy duramente y desde abajo para conseguir mi puesto en la empresa. Y me siento muy orgulloso de haber sido lo que he sido.

― Eso es, lo que has sido. Pero, tronco ¿a quién quieres engañar? Tan pronto como te has enriquecido a costa de tus trabajadores, te has quedado arruinado. Aunque, pensandolo bien, yo también estoy arruinado, y este, y este.

― Anda no te hode el niñato. Po no e que no hemo quedao to pobre tos.

― Mira, chaval. Lo que te digo es que no te falta razón, pero que no tienes ni idea de lo que dices. Es cierto que lo que había antes eran castillos en la arena, que no tenía sentido la bonanza económica basada en algo que se iba a esfumar de la noche a la mañana y es que un par de siglos no es nada. Lo que no calculó nadie es que lo que iba a pasar estaba más claro que el agua. Alegrémonos de que por lo menos estamos vivos y disfrutando de nuestra cálida compañía, porque, amigos míos, otros no han podido con la situación tan aciaga que se nos presenta. Puedo prometerles, caballeros que el futuro se presenta halagüeño, en lo que se refiere a la economía. Tenemos ante nosotros un futuro lleno de oportunidades…

― Hala, deja el mitin político y arrímate más a la lumbre, que así nos calentamos antes. ¡Qué pavo! ¿Aún no te has dado cuenta de que la especie humana se ha extinguido?

― Ezo pienzo yo. Zi no hay na que llevarze a la boca noz moriremoz de jambre y zi no hay comía, zolo loz del campo podrán comé y follá.

― Pos que quié que te iga. A mí me la refanfinfla. Como dijo aqué: ande yo caliente y ríase la ente.

La charla siguió en el frío invernal de la noche newyorkina, o parisina o madrileña ¡vaya usted a saber, si ya no existían los países, ni el dinero, ni el petróleo!

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