El regreso del Caballero de la Triste Figura.
Sobre la azotea de un edificio modernista de la Diagonal de Barcelona se recorta la silueta de un superhéroe tocado con el Yelmo de Mambrino. Es el singular Caballero de la Triste Figura. Una segunda figura se le acerca sigilosamente.
― Shang-Chi, te recuerdo que no debieras acercarte a mí si avisar tu presencia o podría confundirte con un adversario. ― dijo el Caballero.
― Desde que me conoces sabes perfectamente quién soy. La situación es grave y no tengo tiempo de formalismos. Actúa bien y deja la palabrería al charlatán.
Un SuperCaballero de mediana edad, vestido con un traje negro de marcado carácter oriental, con un dragón en forma de “ese” en el pecho se acerca al Caballero de la Triste Figura. En el fondo, la ciudad marca sus tiempos pausadamente, con los vehículos al fondo formado serpientes de color rojo. El bullicio no es implacable y permite a los dos héroes hablar con tranquilidad.
― Eres la única persona en la que aún puedo confiar. Frestón el Mago nos la ha jugado bien y es probable que no salgamos de esta, viejo amigo. Por eso te pido que extremes la cautela.
― Frestón nos ha vendido a todos ― dice el Caballero. Ha matado a Dulcinea y ha puesto a la Liga de SuperCaballeros y por ende a todo el país en nuestra contra. Las murallas temen al hombre que escarba sin prisa.
― Ha sido más listo de lo que esperaba. Desde que me retiré no habíamos oído nada de él ni sabíamos de su paradero. Todo este tiempo ha estado gestando su golpe maestro y está a punto de triunfar.
― Ni siquiera el Bálsamo de Fierabrás ha servido para que los Micomicones hayan sucumbido ante el ejército de Molinos Mecánicos. Todos han sido detenidos o eliminados. Nada podemos hacer contra el enemigo que no da cuartel.
El Caballero de la Triste Figura lleva una cota de mayas y en el pecho una armadura de placas plateada, muy poco brillante por lo que tiene de gastada. El Yelmo es dorado, recordando a un casco espartano, con un penacho de plumas que lo remata. Ambos hombres se miran con el ánimo apesadumbrado y preocupados, muy preocupados.
Hacía un par de meses que el Gobierno de España, aconsejado por los actuales líderes de la Liga de SuperCaballeros, Maese Pedro y Altisadora, optó por registrar a todos los Superhéroes y contar con ellos para el servicio público de defensa. A la primera llamada se alistaron muchos héroes como Camacho Man y Lady Quinteria, aunque su compañero MegaBasilio se negó y se encuentra el rebeldía. También antiguos villanos, con el reclamo de borrar sus expedientes policiales optaron por registrarse. Es el caso de Carón y sus Cortes de la Muerte.
Esta noche de verano, el mar dejaba un ambiente húmedo y caluroso. Al Caballero, acostumbrados a los rigores de La Mancha, el lugar donde tenía en el pasadosu ámbito de actuación, la armadura se le pegaba al cuerpo y le provocaba un sudor pastoso. Lo aguantaba con estoicismo. Shang-Chi, llevaba unas telas más acordes con la estación y con las condiciones de la ciudad, pero aún así estaba sudoroso por la tensión del momento.
― Tú estabas cuando abatieron a Durandarte, ¿verdad, Shang-Chi? ― afirmó Triste Figura.
― Sí. Declararse en rebeldía fue muy valiente por su parte, le obligó a enfrentarse al Caballero de los Espejos. Y a Maese Pedro.
― ¡Ah, Maese Pedro!
― Pero fue el Caballero de los Espejos el que atrapó en una realidad alternativa a Durandarte.
― Y cuando este consiguió zafarse del ataque enemigo, ― dijo el Caballero― Maese Pedro dio vida a sus malditos muñecazos, derrotando al Caballero, que ya se encontraba en las últimas.
― Pero tú sabes, Alonso, que su muerte fue un mazazo para las conciencias españolas.
― Aquí no se hace cargo nadie de nada, Shang-Chi. El único que llevó el peso de la culpa fue el Caballero de los Espejos, y nadie sabe de su paradero. Pero yo sí, amigo Shang-Chi, y por eso he decidido volver a la vida activa; para enfrentarme a nuestros antiguos camaradas, que se han dejado engañar ingenuamente.
Una sirena de ambulancia se oía en la lejanía. Llevaría a alguien a quien en otro momento hubieran ayudado caballerosamente y sin dilación, pero hoy no. Hoy es el momento de desenmascarar una trama que había llegado en sus ramificaciones más señeras al Gobierno de la Nación y que había emponzoñado a la opinión pública. Aquellos SuperCaballeros que antes eran bien recibidos por todos, ahora eran mirados con recelo, sospecha o abierta animadversión.
― Como te decía, yo estuve con Durandarte el día de su muerte ― Shang-Chi acariciaba una figurita con forma equina ― pero nada pude hacer. Durandarte exhaló su último suspiro en mis brazos, no sin antes entregarme su talismán, el “rucio”. Con él seré capaz de enfrentarme a adversarios más poderosos que yo, al conferirme una resistencia sobrehumana. Con mis poderes y los del “rucio”, los SuperCaballeros van a tenerlo difícil.
― No seas tan confiado, Shang-Chi. Yo también cuento con la magia del Yelmo que arrebaté al Mago Malambruno en singular combate y que me permite proyectar mi fuerza en un rayo demoledor e invocar a Rocinante, el azote del mal. Pero, aún así no lo tenemos fácil. Somos una fuerza difícil de vencer, pero no invencible.
― Entonces, ¿cuál es tu estrategia? Dime lo que tienes pensado para que pueda ayudarte a derrotar a Frestón.
― Primero debemos enfrentarnos a Ginés de Pasamonte y los Galeotes. Siempre ha sido un Archivillano enemigo de la Liga, pero ahora trabaja para ella. Y creo que no tardaremos mucho en entrar en conflicto.
En efecto. De entre las sombras un ejército de zombies, los Galeotes, se aproxima a toda velocidad a nuestros dos amigos. El hedor era nauseabundo. Cuerpos ligeramente vestidos y que dejaban aflorar heridas mortales de necesidad entre el amasijo de carne que se erguía ante los dos Caballeros. Muy al contrario del saber popular, los zombies son seres muy rápidos y letales cuando llegan a morder a una víctima, transmitiéndoles como la rabia la enfermedad que más tarde le convertiría en zombie.
― Prepárate para el enfrentamiento ― dijo Triste Figura mientras aguardaba la carga inicial.
Con un movimiento decidido, el Caballero arranca de cuajo el brazo de un galeote.
― Rocinante, yo te invoco.
En ese momento un corcel alado se materializa frente al Caballero de la Triste Figura y arremete al galope contra los zombies. Rocinante arroya a un par de zombies que se encontraban en su trayectoria.
Shang-Chi, maestro del Kung-Fu se defiende a una velocidad vertiginosa del ataque coordinado de tres zombies, a los que reduce instantáneamente de un solo golpe de alta precisión.
― Por el poder del “rucio”. ― Grita Shang-Chi mientras agarra firmemente con su mano derecha el talismán de Durandarte, golpeando con él a otro zombie que le atacaba por la espalda. El zombie queda reducido a pedazos, salpicando la azotea de restos humanos.
― ¡Detrás de la chimenea! ― grita Triste Figura. ¡He visto al Batán!
Batán, un viejo camarada que ahora trabaja para el Gobierno en la campaña de registro, se iba a medir con ellos.
― ¡Shang-Chi, Trataré de evitar un enfrentamiento mortal! ― en ese momento, el Caballero le lanza un rayo iridiscente como la electricidad en un tubo de neón.
Batán es más hábil que los zombies y lo esquiva. De un salto de más de diez metros, llega a donde se encuentra el Caballero y le propina un tremendo golpazo con su puño energético, proyectando a Triste Figura unos metros para atrás. En todos los impactos saltaron chispas. Un olor a chamuscado impregna el ambiente.
― ¡Maldito viejo! ― le espeta Batán. ― ¿Cómo te atreves a enfrentarte a la Liga? ¡Tenemos una ley que hacer cumplir y ningún carcamal nos lo va a impedir!
De un resuelto gesto, el Caballero se incorpora y decide ser menos condescendiente con su rival.
― ¡Rocinante, acude a mí! ― invoca el Caballero.
Mientras el Batán lo esquiva, Triste Figura le lanza un segundo rayo que, este sí, el SuperCaballero no logra evitar. El batán yace en el suelo. El caballero se acerca y le toma el pulso.
― Vive. Menos mal ― dice para sí el Caballero.
Shang-Chi sigue su desigual batalla con los zombies hasta que termina de destrozar al último. Es ahora cuando el Caballero de la Triste Figura y Shang-Chi se enfrentarán, posiblemente de manera definitiva, a Ginés de Pasamonte.
― ¡Os voy a moler a palos, imbéciles! ― Ginés lleva en sus manos una cadena fulgurante que destroza todo lo que golpea. La hace dar vueltas sobre su cabeza para luego arrojarla contra los dos héroes. Viste una casaca de cuero de la que cuelga un jubón y calza unas sandalias atadas hasta la rodilla.
― ¡Rápido, maniobra de división! ― grita el Caballero. Amo y escuerdo saltan en direcciones opuestas, tal y como lo habían entrenado mil veces con anterioridad. La cadena golpea el techo y caen cascotes de la azotea a la calzada. Abajo un número creciente de curiosos se agolpa.
― ¡Shang, detén a Ginés mientras evito que los de abajo mueran aplastados! El Caballero lanza sus rayos con toda celeridad, dando cada uno en un blanco y fulminando los trozos de azotea que pueden terminar aplastando a los transeúntes.
― ¡Ah, esta es vuestra debilidad! ¡Siempre los malditos héroes pensando en el bien común! ¡Ahora veréis! Ginés lanza su cadena una vez más, pero esta vez contra la cornisa del edificio de enfrente. Hasta Shang-Chi tiene que desistir de atacarle para evitar la lluvia de escombros. Una vez más arremete Ginés contra la cornisa, pero esta vez recibe un rayo del Caballero.
― ¡Cambio de estrategia! ¡Abajo se las apañarán, Shang-Chi! ¡No dividamos nuestra atención ni nuestras fuerzas! ¡A toda máquina contra Ginés!
Shang-Chi, de un tremendo salto avanza hacia Ginés y le golpea repetidamente. Los puñetazos y patadas deforman el cuerpo del SuperVillano. Trazas de sangre y saliva saltan por doquier.
― ¡Esto por Crisóstomo, Marcela y Ambrosio! ¡Nunca tenías que haberles tocado un pelo y menos aún matarles! ¡Te voy a aplastar! – Shang-Chi estaba colérico. Parecía haber perdido la razón y golpeaba a Ginés sin compasión. Luego dejó de fustigarle.
Ginés se levantó, retirándose con el antebrazo un leve reguero de sangre que le salía de la boca.
― ¿Esto es lo mejor que tienes que ofrecer? ¡No serías capaz de reventar ni a unos pellejos de vino! ¡Te voy a dar lo que mereces, karateca de pacotilla!
― ¡No tan deprisa! ― dijo Triste Figura. Ahora te vas a medir conmigo. ¿Te acuerdas de lo que te hice en la cueva de Montesinos?
En ese momento, la expresión del rostro de Ginés de Pasamonte cambió y el cuerpo se le quedó rígido.
― ¡Rocinante, yo te invoco!
Una docena de rayos acompañaron al corcel. La cadena se cayó de las manos a Ginés y este quedó aplastado contra un muro. Estaba fuera de combate. Un tremendo socavón se produjo y salió un chorro de fría agua a presión de una tubería de calefacción central.
Los dos caballeros estaban de rodillas, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus brazos y con la columna vertebral encorvada. Pocas fuerzas les quedaban, pero no podían dejar para mucho más tarde el enfrentamiento final. Jadeaban y algo de sangre acompañaba a los escupitajos que echaban. La respiración era rápida y entrecortada. Al fondo, el fulgor de las luces de la ciudad.
― Ahora a por los importantes, Shang-Chi.
― ¡No tan deprisa, Alonso! ― resonó una voz en la noche.
― ¿Roque? ― preguntó el Caballero. ¿Roque Guinart, el moderno Robin Hood?
― El mismo que viste y calza, amigo mío.
― ¡Dichosos los ojos que te ven, Roque! ¡Tú tampoco te registraste!
― No porque sabía que era una trampa de Frestón.
― Entonces, ¿vienes con nosotros?
― ¿A caso lo dudas? Pero te diré que lo mejor no es un ataque frontal. Hay que entrar por la puerta de atrás y yo sé cómo abrirla.
Roque Guinart llevaba una capa de terciopelo negro con la que envolvía su cuerpo, al estilo de los bandoleros del siglo XVI. Cubría su cabeza con un pañuelo rojo y encima de él un sombrero de ala corta. Triste Figura sabía que a ambos lados del costado colgaban un par de cartucheras con pistolas de gran calibre.
Una hora después estaban en la sede de la Liga de SuperCaballeros en Barcelona.
― Ya estamos aquí, Shang, Alonso. ¡Este es mi plan! ― y sin dar tiempo a nada, cogió el pomo de la puerta trasera y con una fuerza sobrehumana lo forzó para dejarla abierta de par en par.
― ¡Voy a hacer cantar a mis pistolas! ― dijo mientras sacaba una mágnum de calibre cuarenta y cinco, disparando al mismo tiempo. Un montón de soldados de los cuerpos especiales del Gobierno Español esperaban su cambio de turno, con lo que recibieron el asalto con sorpresa.
― ¡Nos atacan! ¡Posiciones de asalto! ― el capitán de la guardia dio la instrucción. Los soldados estaban muy bien entrenados y pronto se dispusieron a devolver el ataque desde unas posiciones más ventajosas.
― ¡Maldita sea, Roque! – dijo el Caballero y se entregó de lleno al combate.
― ¿Este es tu concepto de estrategia? ― dijo Shang-Chi. ¡Ahora ya saben que estamos aquí!
El tiroteo impedía que ninguno de los dos héroes pudieran entrar en combate cuerpo a cuerpo, por lo que, mientras Roque Guinart disparaba sin parar, ellos hacían uso de sus superpoderes para repeler los proyectiles primero y luego lanzar algún ataque. Rocinante volvía a ser invocado y Shang-Chi conseguía que las balas le rebotasen gracias al talismán. Pero ambos se estaban agotando y lo sabían.
― ¡Les estamos derrotando, sólo queda uno! ― dijo Roque.
― Me rindo ― se oyó una voz. Era un soldado.
― Encárgate de tus compañeros, no quiero que muera ninguno. Llama a los paramédicos ― dijo Triste Figura.
― Si señor, señor.
El espectáculo era desolador. Media docena de soldados yacían inconscientes mientras otra media trataba de incorporarse o auxiliar a los suyos. Habían destrozado el hangar y las cajas habían sido abiertas a tiros, por lo que el suelo estaba lleno de astillas y restos de madera humeante.
― ¡Avancemos rápido! ― dijo Shang-Chi.
― ¡No será necesario! Aquí nos tenéis.
De la penumbra salieron dos figuras. Una, la de un mago vestido con túnica púrpura y cachirulo puntiagudo. La otra, un caballero enfundado en una armadura con una media luna en el pecho.
― ¡Frestón y el Caballero de la Blanca Luna! ― dijo Triste Figura.
― ¡No rebuznaron en balde! El uno y el otro alcalde ― dejó escapar Shang-Chi.
― ¡Gracias, Roque, ya no es necesario que sigas con la farsa! ― dijo Frestón.
― ¡Gracias a usted, excelencia! ― dijo Roque Guinart y se retiró del lado de los dos héroes.
― ¿Cómo has podido, Roque? ― el Caballero no daba crédito a la traición.
― ¡Y no es que esta sea la última sorpresa de la noche! ― dijo el Caballero de la Blanca Luna mientras se quitaba el yelmo.
― ¡Sansón Carrasco! ― gritó Shang-Chi. Pero si tú eras el Caballero de los Espejos.
― Siempre ha sido un agente de Frestón, Shang-Chi. Ya lo sospechaba ― dijo el Caballero.
Estaba todo dispuesto para el último combate de la noche. Pero estaban agotados y los ataques continuados que les propinaron Frestón y el Caballero de la Blanca Luna acabaron con todas sus fuerzas.
El Caballero de la Triste Figura permanecía tendido en el suelo, herido de muerte cuando Altisadora, la alta comisionado de la Unión Europea para el Registro de SuperCaballeros y subcomandante en jefe de la Liga de SuperCaballeros hizo acto de presencia.
― ¿Qué te ha hecho caer tan bajo, Alonso? Cuando sabes que Frestón está detrás de todo, orquestándolo, tú optas por atacar, aún sabiendo que no tenías nada que hacer.¡Eres un Quijote! ¿Lo sabías?
Es justo en ese momento cuando Alonso Quijano muere en manos de Altisadora.
― ¡Ya esta hecho, mi señor! ― dice Altisadora. Nada impide que os hagáis con el poder mañana mismo, si lo deseáis.
― ¡Noooo! ― Shang-Chi, mal herido, se incorpora y de un salto, propina un monumental golpe a Altisadora que la deja inconsciente. Coge el Cuerpo inerte y ya sin vida del Caballero de la Triste Figura y llora.
― ¡Prometo que te vengaré! ― grita Shang-Chi, quitándole el Yelmo y huyendo a toda velocidad.
― ¿Le persigo mi señor? ― pregunta Sansón Carrasco.
― No es necesario. Ya está derrotado. Vamos a dedicarnos a otros menesteres. Atiende a Altisadora. Mañana, como dice dominaremos el Mundo.
Desde lo alto de un edificio se divisa la silueta de un SuperCaballero. Es Shang-Chi, que ahora porta el Yelmo de Mambrino. Esperará un tiempo para recuperarse. Después tiene una cuenta pendiente con Roque Guinart, con Sansón Carrasco y por último, con el mismísimo Frestón.
Sobre la azotea de un edificio modernista de la Diagonal de Barcelona se recorta la silueta de un superhéroe tocado con el Yelmo de Mambrino. Es el singular Caballero de la Triste Figura. Una segunda figura se le acerca sigilosamente.
― Shang-Chi, te recuerdo que no debieras acercarte a mí si avisar tu presencia o podría confundirte con un adversario. ― dijo el Caballero.
― Desde que me conoces sabes perfectamente quién soy. La situación es grave y no tengo tiempo de formalismos. Actúa bien y deja la palabrería al charlatán.
Un SuperCaballero de mediana edad, vestido con un traje negro de marcado carácter oriental, con un dragón en forma de “ese” en el pecho se acerca al Caballero de la Triste Figura. En el fondo, la ciudad marca sus tiempos pausadamente, con los vehículos al fondo formado serpientes de color rojo. El bullicio no es implacable y permite a los dos héroes hablar con tranquilidad.
― Eres la única persona en la que aún puedo confiar. Frestón el Mago nos la ha jugado bien y es probable que no salgamos de esta, viejo amigo. Por eso te pido que extremes la cautela.
― Frestón nos ha vendido a todos ― dice el Caballero. Ha matado a Dulcinea y ha puesto a la Liga de SuperCaballeros y por ende a todo el país en nuestra contra. Las murallas temen al hombre que escarba sin prisa.
― Ha sido más listo de lo que esperaba. Desde que me retiré no habíamos oído nada de él ni sabíamos de su paradero. Todo este tiempo ha estado gestando su golpe maestro y está a punto de triunfar.
― Ni siquiera el Bálsamo de Fierabrás ha servido para que los Micomicones hayan sucumbido ante el ejército de Molinos Mecánicos. Todos han sido detenidos o eliminados. Nada podemos hacer contra el enemigo que no da cuartel.
El Caballero de la Triste Figura lleva una cota de mayas y en el pecho una armadura de placas plateada, muy poco brillante por lo que tiene de gastada. El Yelmo es dorado, recordando a un casco espartano, con un penacho de plumas que lo remata. Ambos hombres se miran con el ánimo apesadumbrado y preocupados, muy preocupados.
Hacía un par de meses que el Gobierno de España, aconsejado por los actuales líderes de la Liga de SuperCaballeros, Maese Pedro y Altisadora, optó por registrar a todos los Superhéroes y contar con ellos para el servicio público de defensa. A la primera llamada se alistaron muchos héroes como Camacho Man y Lady Quinteria, aunque su compañero MegaBasilio se negó y se encuentra el rebeldía. También antiguos villanos, con el reclamo de borrar sus expedientes policiales optaron por registrarse. Es el caso de Carón y sus Cortes de la Muerte.
Esta noche de verano, el mar dejaba un ambiente húmedo y caluroso. Al Caballero, acostumbrados a los rigores de La Mancha, el lugar donde tenía en el pasadosu ámbito de actuación, la armadura se le pegaba al cuerpo y le provocaba un sudor pastoso. Lo aguantaba con estoicismo. Shang-Chi, llevaba unas telas más acordes con la estación y con las condiciones de la ciudad, pero aún así estaba sudoroso por la tensión del momento.
― Tú estabas cuando abatieron a Durandarte, ¿verdad, Shang-Chi? ― afirmó Triste Figura.
― Sí. Declararse en rebeldía fue muy valiente por su parte, le obligó a enfrentarse al Caballero de los Espejos. Y a Maese Pedro.
― ¡Ah, Maese Pedro!
― Pero fue el Caballero de los Espejos el que atrapó en una realidad alternativa a Durandarte.
― Y cuando este consiguió zafarse del ataque enemigo, ― dijo el Caballero― Maese Pedro dio vida a sus malditos muñecazos, derrotando al Caballero, que ya se encontraba en las últimas.
― Pero tú sabes, Alonso, que su muerte fue un mazazo para las conciencias españolas.
― Aquí no se hace cargo nadie de nada, Shang-Chi. El único que llevó el peso de la culpa fue el Caballero de los Espejos, y nadie sabe de su paradero. Pero yo sí, amigo Shang-Chi, y por eso he decidido volver a la vida activa; para enfrentarme a nuestros antiguos camaradas, que se han dejado engañar ingenuamente.
Una sirena de ambulancia se oía en la lejanía. Llevaría a alguien a quien en otro momento hubieran ayudado caballerosamente y sin dilación, pero hoy no. Hoy es el momento de desenmascarar una trama que había llegado en sus ramificaciones más señeras al Gobierno de la Nación y que había emponzoñado a la opinión pública. Aquellos SuperCaballeros que antes eran bien recibidos por todos, ahora eran mirados con recelo, sospecha o abierta animadversión.
― Como te decía, yo estuve con Durandarte el día de su muerte ― Shang-Chi acariciaba una figurita con forma equina ― pero nada pude hacer. Durandarte exhaló su último suspiro en mis brazos, no sin antes entregarme su talismán, el “rucio”. Con él seré capaz de enfrentarme a adversarios más poderosos que yo, al conferirme una resistencia sobrehumana. Con mis poderes y los del “rucio”, los SuperCaballeros van a tenerlo difícil.
― No seas tan confiado, Shang-Chi. Yo también cuento con la magia del Yelmo que arrebaté al Mago Malambruno en singular combate y que me permite proyectar mi fuerza en un rayo demoledor e invocar a Rocinante, el azote del mal. Pero, aún así no lo tenemos fácil. Somos una fuerza difícil de vencer, pero no invencible.
― Entonces, ¿cuál es tu estrategia? Dime lo que tienes pensado para que pueda ayudarte a derrotar a Frestón.
― Primero debemos enfrentarnos a Ginés de Pasamonte y los Galeotes. Siempre ha sido un Archivillano enemigo de la Liga, pero ahora trabaja para ella. Y creo que no tardaremos mucho en entrar en conflicto.
En efecto. De entre las sombras un ejército de zombies, los Galeotes, se aproxima a toda velocidad a nuestros dos amigos. El hedor era nauseabundo. Cuerpos ligeramente vestidos y que dejaban aflorar heridas mortales de necesidad entre el amasijo de carne que se erguía ante los dos Caballeros. Muy al contrario del saber popular, los zombies son seres muy rápidos y letales cuando llegan a morder a una víctima, transmitiéndoles como la rabia la enfermedad que más tarde le convertiría en zombie.
― Prepárate para el enfrentamiento ― dijo Triste Figura mientras aguardaba la carga inicial.
Con un movimiento decidido, el Caballero arranca de cuajo el brazo de un galeote.
― Rocinante, yo te invoco.
En ese momento un corcel alado se materializa frente al Caballero de la Triste Figura y arremete al galope contra los zombies. Rocinante arroya a un par de zombies que se encontraban en su trayectoria.
Shang-Chi, maestro del Kung-Fu se defiende a una velocidad vertiginosa del ataque coordinado de tres zombies, a los que reduce instantáneamente de un solo golpe de alta precisión.
― Por el poder del “rucio”. ― Grita Shang-Chi mientras agarra firmemente con su mano derecha el talismán de Durandarte, golpeando con él a otro zombie que le atacaba por la espalda. El zombie queda reducido a pedazos, salpicando la azotea de restos humanos.
― ¡Detrás de la chimenea! ― grita Triste Figura. ¡He visto al Batán!
Batán, un viejo camarada que ahora trabaja para el Gobierno en la campaña de registro, se iba a medir con ellos.
― ¡Shang-Chi, Trataré de evitar un enfrentamiento mortal! ― en ese momento, el Caballero le lanza un rayo iridiscente como la electricidad en un tubo de neón.
Batán es más hábil que los zombies y lo esquiva. De un salto de más de diez metros, llega a donde se encuentra el Caballero y le propina un tremendo golpazo con su puño energético, proyectando a Triste Figura unos metros para atrás. En todos los impactos saltaron chispas. Un olor a chamuscado impregna el ambiente.
― ¡Maldito viejo! ― le espeta Batán. ― ¿Cómo te atreves a enfrentarte a la Liga? ¡Tenemos una ley que hacer cumplir y ningún carcamal nos lo va a impedir!
De un resuelto gesto, el Caballero se incorpora y decide ser menos condescendiente con su rival.
― ¡Rocinante, acude a mí! ― invoca el Caballero.
Mientras el Batán lo esquiva, Triste Figura le lanza un segundo rayo que, este sí, el SuperCaballero no logra evitar. El batán yace en el suelo. El caballero se acerca y le toma el pulso.
― Vive. Menos mal ― dice para sí el Caballero.
Shang-Chi sigue su desigual batalla con los zombies hasta que termina de destrozar al último. Es ahora cuando el Caballero de la Triste Figura y Shang-Chi se enfrentarán, posiblemente de manera definitiva, a Ginés de Pasamonte.
― ¡Os voy a moler a palos, imbéciles! ― Ginés lleva en sus manos una cadena fulgurante que destroza todo lo que golpea. La hace dar vueltas sobre su cabeza para luego arrojarla contra los dos héroes. Viste una casaca de cuero de la que cuelga un jubón y calza unas sandalias atadas hasta la rodilla.
― ¡Rápido, maniobra de división! ― grita el Caballero. Amo y escuerdo saltan en direcciones opuestas, tal y como lo habían entrenado mil veces con anterioridad. La cadena golpea el techo y caen cascotes de la azotea a la calzada. Abajo un número creciente de curiosos se agolpa.
― ¡Shang, detén a Ginés mientras evito que los de abajo mueran aplastados! El Caballero lanza sus rayos con toda celeridad, dando cada uno en un blanco y fulminando los trozos de azotea que pueden terminar aplastando a los transeúntes.
― ¡Ah, esta es vuestra debilidad! ¡Siempre los malditos héroes pensando en el bien común! ¡Ahora veréis! Ginés lanza su cadena una vez más, pero esta vez contra la cornisa del edificio de enfrente. Hasta Shang-Chi tiene que desistir de atacarle para evitar la lluvia de escombros. Una vez más arremete Ginés contra la cornisa, pero esta vez recibe un rayo del Caballero.
― ¡Cambio de estrategia! ¡Abajo se las apañarán, Shang-Chi! ¡No dividamos nuestra atención ni nuestras fuerzas! ¡A toda máquina contra Ginés!
Shang-Chi, de un tremendo salto avanza hacia Ginés y le golpea repetidamente. Los puñetazos y patadas deforman el cuerpo del SuperVillano. Trazas de sangre y saliva saltan por doquier.
― ¡Esto por Crisóstomo, Marcela y Ambrosio! ¡Nunca tenías que haberles tocado un pelo y menos aún matarles! ¡Te voy a aplastar! – Shang-Chi estaba colérico. Parecía haber perdido la razón y golpeaba a Ginés sin compasión. Luego dejó de fustigarle.
Ginés se levantó, retirándose con el antebrazo un leve reguero de sangre que le salía de la boca.
― ¿Esto es lo mejor que tienes que ofrecer? ¡No serías capaz de reventar ni a unos pellejos de vino! ¡Te voy a dar lo que mereces, karateca de pacotilla!
― ¡No tan deprisa! ― dijo Triste Figura. Ahora te vas a medir conmigo. ¿Te acuerdas de lo que te hice en la cueva de Montesinos?
En ese momento, la expresión del rostro de Ginés de Pasamonte cambió y el cuerpo se le quedó rígido.
― ¡Rocinante, yo te invoco!
Una docena de rayos acompañaron al corcel. La cadena se cayó de las manos a Ginés y este quedó aplastado contra un muro. Estaba fuera de combate. Un tremendo socavón se produjo y salió un chorro de fría agua a presión de una tubería de calefacción central.
Los dos caballeros estaban de rodillas, apoyando el peso de su cuerpo sobre sus brazos y con la columna vertebral encorvada. Pocas fuerzas les quedaban, pero no podían dejar para mucho más tarde el enfrentamiento final. Jadeaban y algo de sangre acompañaba a los escupitajos que echaban. La respiración era rápida y entrecortada. Al fondo, el fulgor de las luces de la ciudad.
― Ahora a por los importantes, Shang-Chi.
― ¡No tan deprisa, Alonso! ― resonó una voz en la noche.
― ¿Roque? ― preguntó el Caballero. ¿Roque Guinart, el moderno Robin Hood?
― El mismo que viste y calza, amigo mío.
― ¡Dichosos los ojos que te ven, Roque! ¡Tú tampoco te registraste!
― No porque sabía que era una trampa de Frestón.
― Entonces, ¿vienes con nosotros?
― ¿A caso lo dudas? Pero te diré que lo mejor no es un ataque frontal. Hay que entrar por la puerta de atrás y yo sé cómo abrirla.
Roque Guinart llevaba una capa de terciopelo negro con la que envolvía su cuerpo, al estilo de los bandoleros del siglo XVI. Cubría su cabeza con un pañuelo rojo y encima de él un sombrero de ala corta. Triste Figura sabía que a ambos lados del costado colgaban un par de cartucheras con pistolas de gran calibre.
Una hora después estaban en la sede de la Liga de SuperCaballeros en Barcelona.
― Ya estamos aquí, Shang, Alonso. ¡Este es mi plan! ― y sin dar tiempo a nada, cogió el pomo de la puerta trasera y con una fuerza sobrehumana lo forzó para dejarla abierta de par en par.
― ¡Voy a hacer cantar a mis pistolas! ― dijo mientras sacaba una mágnum de calibre cuarenta y cinco, disparando al mismo tiempo. Un montón de soldados de los cuerpos especiales del Gobierno Español esperaban su cambio de turno, con lo que recibieron el asalto con sorpresa.
― ¡Nos atacan! ¡Posiciones de asalto! ― el capitán de la guardia dio la instrucción. Los soldados estaban muy bien entrenados y pronto se dispusieron a devolver el ataque desde unas posiciones más ventajosas.
― ¡Maldita sea, Roque! – dijo el Caballero y se entregó de lleno al combate.
― ¿Este es tu concepto de estrategia? ― dijo Shang-Chi. ¡Ahora ya saben que estamos aquí!
El tiroteo impedía que ninguno de los dos héroes pudieran entrar en combate cuerpo a cuerpo, por lo que, mientras Roque Guinart disparaba sin parar, ellos hacían uso de sus superpoderes para repeler los proyectiles primero y luego lanzar algún ataque. Rocinante volvía a ser invocado y Shang-Chi conseguía que las balas le rebotasen gracias al talismán. Pero ambos se estaban agotando y lo sabían.
― ¡Les estamos derrotando, sólo queda uno! ― dijo Roque.
― Me rindo ― se oyó una voz. Era un soldado.
― Encárgate de tus compañeros, no quiero que muera ninguno. Llama a los paramédicos ― dijo Triste Figura.
― Si señor, señor.
El espectáculo era desolador. Media docena de soldados yacían inconscientes mientras otra media trataba de incorporarse o auxiliar a los suyos. Habían destrozado el hangar y las cajas habían sido abiertas a tiros, por lo que el suelo estaba lleno de astillas y restos de madera humeante.
― ¡Avancemos rápido! ― dijo Shang-Chi.
― ¡No será necesario! Aquí nos tenéis.
De la penumbra salieron dos figuras. Una, la de un mago vestido con túnica púrpura y cachirulo puntiagudo. La otra, un caballero enfundado en una armadura con una media luna en el pecho.
― ¡Frestón y el Caballero de la Blanca Luna! ― dijo Triste Figura.
― ¡No rebuznaron en balde! El uno y el otro alcalde ― dejó escapar Shang-Chi.
― ¡Gracias, Roque, ya no es necesario que sigas con la farsa! ― dijo Frestón.
― ¡Gracias a usted, excelencia! ― dijo Roque Guinart y se retiró del lado de los dos héroes.
― ¿Cómo has podido, Roque? ― el Caballero no daba crédito a la traición.
― ¡Y no es que esta sea la última sorpresa de la noche! ― dijo el Caballero de la Blanca Luna mientras se quitaba el yelmo.
― ¡Sansón Carrasco! ― gritó Shang-Chi. Pero si tú eras el Caballero de los Espejos.
― Siempre ha sido un agente de Frestón, Shang-Chi. Ya lo sospechaba ― dijo el Caballero.
Estaba todo dispuesto para el último combate de la noche. Pero estaban agotados y los ataques continuados que les propinaron Frestón y el Caballero de la Blanca Luna acabaron con todas sus fuerzas.
El Caballero de la Triste Figura permanecía tendido en el suelo, herido de muerte cuando Altisadora, la alta comisionado de la Unión Europea para el Registro de SuperCaballeros y subcomandante en jefe de la Liga de SuperCaballeros hizo acto de presencia.
― ¿Qué te ha hecho caer tan bajo, Alonso? Cuando sabes que Frestón está detrás de todo, orquestándolo, tú optas por atacar, aún sabiendo que no tenías nada que hacer.¡Eres un Quijote! ¿Lo sabías?
Es justo en ese momento cuando Alonso Quijano muere en manos de Altisadora.
― ¡Ya esta hecho, mi señor! ― dice Altisadora. Nada impide que os hagáis con el poder mañana mismo, si lo deseáis.
― ¡Noooo! ― Shang-Chi, mal herido, se incorpora y de un salto, propina un monumental golpe a Altisadora que la deja inconsciente. Coge el Cuerpo inerte y ya sin vida del Caballero de la Triste Figura y llora.
― ¡Prometo que te vengaré! ― grita Shang-Chi, quitándole el Yelmo y huyendo a toda velocidad.
― ¿Le persigo mi señor? ― pregunta Sansón Carrasco.
― No es necesario. Ya está derrotado. Vamos a dedicarnos a otros menesteres. Atiende a Altisadora. Mañana, como dice dominaremos el Mundo.
Desde lo alto de un edificio se divisa la silueta de un SuperCaballero. Es Shang-Chi, que ahora porta el Yelmo de Mambrino. Esperará un tiempo para recuperarse. Después tiene una cuenta pendiente con Roque Guinart, con Sansón Carrasco y por último, con el mismísimo Frestón.
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