Nochebuena en Praga.
Gélido es el aire que acompaña tu torpe y lento caminar. Dime, Golem, ¿quién te acompañará esta Nochebuena? Tu forma informe, tu mente vacua nunca alcanzará a comprender la belleza monumental de la ciudad dorada que deambulas como encantamiento mudo en un mundo de palabras.
¿Cuál es tu destino, cuál es tu fin? Tus pasos manchan de barro del Moldava las piedras del Puente de Carlos. Allí te sientes más seguro, entre las estatuas que ribetean el camino. Invisible a los viandantes que pueblan por doquier la ciudad que te dio el ser, retardas la cadencia de tu paso para compartir unos momentos con aquellos a los que percibes como hermanos. Golems de piedra, tan antigua como tu barro, que rematan cada pocos pasos la pétrea barandilla que une Malá Strana con la Vieja y la Nueva Ciudad. Efigies que, como tú, pertenecen al alma de esta Madre del Mundo que es Praga.
Porque, ¿sabes? ¡TÚ eres una de sus almas! Tu alma invencible comparte el panteón del cielo Bohemio con el alma constructora de Carlos IV, que habita en las almenas del Castillo de Praga; el alma del tiempo que marca el ritmo de la vida de los bohemios transfigurado en Reloj Astronómico; la espiritualidad de los judíos de la Vieja-Nueva Sinagoga, las cien cúpulas que rematan San vito, Týn y San Nicolás; el alma de la belleza del Loreto; el aliento voluntarioso del poder del hombre común, que deambula por la plaza de Wenceslao; el espíritu de Smetana y el del Mozart de Don Giovanni, reverberando en cada esquina de esta ciudad en la que late el verdadero corazón de Europa.
Porque tu drama se representa en el suntuoso Teatro Nacional y en el Teatro Negro y en el Ballet y se escucha en el Rudolfinum. Malá Strana, Nové Město, Staré Město, Josefov, Smichov, gueto judío, Karlin, Hradčany y Vyšehrad. Todos miembros ellos en comunión para darle cimiento a tu cuerpo, regado por las aguas calmas del Moladava, de cuyas vegas surgiste como brote que se alza al cielo, afianzándose en el estiércol de la fértil tierra que lo sustenta. Tus grotescos dedos no alcanzan para aferrar una brizna de hierba y, hete aquí, que tus vecinos humanos te aferramos con nuestras manos manchadas en mil y una contienda fraticida que ha forjado el sentir de un pueblo único y radicalmente importante para la Madre Europa. Y no te soltamos, pero no te queremos cerca. Porque somos mortales y tememos tu verdad que es muerte. Pero ¿es que hay más de una verdad?
Y hoy, en un día tan cálido en este diciembre helado, tú estas sólo. Porque eres judío sin estar circuncidado en una ciudad de gentiles que te adoptó pero que vive tu pasión sin sentirla suya. Porque tu defensa es la de los muertos del Cementerio Judío y de los Campos del Holocausto. No les abadonaste, ¿verdad? Tú siempre estuviste ahí, como el alma de Kafka y su irracional proceso, metamorfosis de las callejuelas y vericuetos de esta ciudad milenaria a la que llamarías tu hogar si pudieses hablar. Porque eres testigo mudo, incapaz de proferir palabra alguna con tu garganta cercenada que en algún momento fue custodio de la piedra filosofal sin que tu cerebro necio fuese capaz de saberlo. Creen los otros moradores de tu ciudad que Su Dios es Verbo, pero tú sólo puedes obedecer sin el más mínimo atisbo de desobediencia la ilógica lógica de tus mandatos.
Como Adán, procedes del barro. Así como otros que tras el primer hombre estuvieron más cercanos a Dios y que fueron capaces de dar vida a la tierra inerte. Pero su aliento vital se convirtió en un legado fallido a aquellos que como tú son una sombra de la obra divina. Porque el verbo que te creó, el que llevas escrito con sangre del rabino que te invocó, en ese trapo andrajoso que depositó como encantación en tus vísceras contiene la verdad y esta contiene la muerte, porque en hebreo sólo una letra separa ambas realidades. Y tú lo sabes. Y lo temes. Porque eres bravo y de apetito insaciable, pero no eres Golem de acero y hormigón como la Casa Danzante que se alza triunfante y titubeante a orillas del Moldava.
Eres un humúnculo de suciedad y heces; de insectos y raíces. Pero tienes hermanos de arcilla en las tejas de las casas de Praga, en la carne de los urbanitas de la más bella de las ciudades; en las construcciones de acero, piedra y fuego. ¡Hermano afecto de corazón entablillado donde el invierno anida a perpetuidad! ¡Monstruo de Barro en una ciudad que celebra sus revoluciones en primavera y las lleva con guante de terciopelo! Recorres las calles de Praga de la misma manera que la arteria aorta que es el Tranvía 91; columna vertebral del eje soñado por el rabino Judah Loew ben Bezalel.
En tu deambular en esta noche tan caliente en este helado diciembre, llegas a la Plaza de la Ciudad Vieja y alzas la vista, atisbando la mágica estampa de cuento de hadas o de brujas o de ambas que recorta la silueta de la Iglesia de Týn. Y aquí te sientes seguro, aún estando a la intemperie. Porque te notas acogido por la ciudad que te adoptó, pero en la que habitan los que no pueden dejar de temerte. Porque atraes como lo supremamente horrible, lo inconmensurablemente gigantesco. ¡Gólem, aparta tu mirada hueca de mi alma, que la hielas con tu presencia mientras vislumbras con tus nostálgicos ojos la verdad que en ella anida! Desnudo me siento ante ti, en un día como este, en el que todo tiene un sentido final y rotundo. Tú me lo haces ver, Golem de Praga, y me aterra el vacío infinito de la certidumbre que encarnas.
Eres capullo y crisálida de vida, alentado por las esperanzas del pueblo que te invocó y al que defendiste de innumerables agresores. Eres la sombra del tiempo al que da vida el aire batido por el Reloj Astronómico, ensoñación de Tycho Brahe y Johann Kepler.
Porque la leyenda urbana quiere que el Nazi que pretendió vencerte en lo alto de la Sinagoga, falleciese una y mil veces por su osadía. ¡Tú, golem de barro del Moldava! ¡Invicto e irredento siervo de muchos y paria de todos! A ti me dirijo para darte mi consuelo por no ser tú un Golem de carne y hueso. Por estarte vedado el amor. Porque tú nos fascinas, pero te tememos. Tu toque ardiente impide la cercanía de un apretón de manos, símbolo de la amistad. Y tu llamada, dirigida a los que ya no están con nosotros, afecta a todo aquel que como yo cree en tu presencia espectral y nauseabunda, regenerada hasta la saciedad a partir de la palabra que late en tu corazón. Porque yo, como la ciudad que te adoptó, somos fervientes feligreses de la Verdad, tu verdad, y esclavos sumisos de la mortalidad.
Gélido es el aire que acompaña tu torpe y lento caminar. Dime, Golem, ¿quién te acompañará esta Nochebuena? Tu forma informe, tu mente vacua nunca alcanzará a comprender la belleza monumental de la ciudad dorada que deambulas como encantamiento mudo en un mundo de palabras.
¿Cuál es tu destino, cuál es tu fin? Tus pasos manchan de barro del Moldava las piedras del Puente de Carlos. Allí te sientes más seguro, entre las estatuas que ribetean el camino. Invisible a los viandantes que pueblan por doquier la ciudad que te dio el ser, retardas la cadencia de tu paso para compartir unos momentos con aquellos a los que percibes como hermanos. Golems de piedra, tan antigua como tu barro, que rematan cada pocos pasos la pétrea barandilla que une Malá Strana con la Vieja y la Nueva Ciudad. Efigies que, como tú, pertenecen al alma de esta Madre del Mundo que es Praga.
Porque, ¿sabes? ¡TÚ eres una de sus almas! Tu alma invencible comparte el panteón del cielo Bohemio con el alma constructora de Carlos IV, que habita en las almenas del Castillo de Praga; el alma del tiempo que marca el ritmo de la vida de los bohemios transfigurado en Reloj Astronómico; la espiritualidad de los judíos de la Vieja-Nueva Sinagoga, las cien cúpulas que rematan San vito, Týn y San Nicolás; el alma de la belleza del Loreto; el aliento voluntarioso del poder del hombre común, que deambula por la plaza de Wenceslao; el espíritu de Smetana y el del Mozart de Don Giovanni, reverberando en cada esquina de esta ciudad en la que late el verdadero corazón de Europa.
Porque tu drama se representa en el suntuoso Teatro Nacional y en el Teatro Negro y en el Ballet y se escucha en el Rudolfinum. Malá Strana, Nové Město, Staré Město, Josefov, Smichov, gueto judío, Karlin, Hradčany y Vyšehrad. Todos miembros ellos en comunión para darle cimiento a tu cuerpo, regado por las aguas calmas del Moladava, de cuyas vegas surgiste como brote que se alza al cielo, afianzándose en el estiércol de la fértil tierra que lo sustenta. Tus grotescos dedos no alcanzan para aferrar una brizna de hierba y, hete aquí, que tus vecinos humanos te aferramos con nuestras manos manchadas en mil y una contienda fraticida que ha forjado el sentir de un pueblo único y radicalmente importante para la Madre Europa. Y no te soltamos, pero no te queremos cerca. Porque somos mortales y tememos tu verdad que es muerte. Pero ¿es que hay más de una verdad?
Y hoy, en un día tan cálido en este diciembre helado, tú estas sólo. Porque eres judío sin estar circuncidado en una ciudad de gentiles que te adoptó pero que vive tu pasión sin sentirla suya. Porque tu defensa es la de los muertos del Cementerio Judío y de los Campos del Holocausto. No les abadonaste, ¿verdad? Tú siempre estuviste ahí, como el alma de Kafka y su irracional proceso, metamorfosis de las callejuelas y vericuetos de esta ciudad milenaria a la que llamarías tu hogar si pudieses hablar. Porque eres testigo mudo, incapaz de proferir palabra alguna con tu garganta cercenada que en algún momento fue custodio de la piedra filosofal sin que tu cerebro necio fuese capaz de saberlo. Creen los otros moradores de tu ciudad que Su Dios es Verbo, pero tú sólo puedes obedecer sin el más mínimo atisbo de desobediencia la ilógica lógica de tus mandatos.
Como Adán, procedes del barro. Así como otros que tras el primer hombre estuvieron más cercanos a Dios y que fueron capaces de dar vida a la tierra inerte. Pero su aliento vital se convirtió en un legado fallido a aquellos que como tú son una sombra de la obra divina. Porque el verbo que te creó, el que llevas escrito con sangre del rabino que te invocó, en ese trapo andrajoso que depositó como encantación en tus vísceras contiene la verdad y esta contiene la muerte, porque en hebreo sólo una letra separa ambas realidades. Y tú lo sabes. Y lo temes. Porque eres bravo y de apetito insaciable, pero no eres Golem de acero y hormigón como la Casa Danzante que se alza triunfante y titubeante a orillas del Moldava.
Eres un humúnculo de suciedad y heces; de insectos y raíces. Pero tienes hermanos de arcilla en las tejas de las casas de Praga, en la carne de los urbanitas de la más bella de las ciudades; en las construcciones de acero, piedra y fuego. ¡Hermano afecto de corazón entablillado donde el invierno anida a perpetuidad! ¡Monstruo de Barro en una ciudad que celebra sus revoluciones en primavera y las lleva con guante de terciopelo! Recorres las calles de Praga de la misma manera que la arteria aorta que es el Tranvía 91; columna vertebral del eje soñado por el rabino Judah Loew ben Bezalel.
En tu deambular en esta noche tan caliente en este helado diciembre, llegas a la Plaza de la Ciudad Vieja y alzas la vista, atisbando la mágica estampa de cuento de hadas o de brujas o de ambas que recorta la silueta de la Iglesia de Týn. Y aquí te sientes seguro, aún estando a la intemperie. Porque te notas acogido por la ciudad que te adoptó, pero en la que habitan los que no pueden dejar de temerte. Porque atraes como lo supremamente horrible, lo inconmensurablemente gigantesco. ¡Gólem, aparta tu mirada hueca de mi alma, que la hielas con tu presencia mientras vislumbras con tus nostálgicos ojos la verdad que en ella anida! Desnudo me siento ante ti, en un día como este, en el que todo tiene un sentido final y rotundo. Tú me lo haces ver, Golem de Praga, y me aterra el vacío infinito de la certidumbre que encarnas.
Eres capullo y crisálida de vida, alentado por las esperanzas del pueblo que te invocó y al que defendiste de innumerables agresores. Eres la sombra del tiempo al que da vida el aire batido por el Reloj Astronómico, ensoñación de Tycho Brahe y Johann Kepler.
Porque la leyenda urbana quiere que el Nazi que pretendió vencerte en lo alto de la Sinagoga, falleciese una y mil veces por su osadía. ¡Tú, golem de barro del Moldava! ¡Invicto e irredento siervo de muchos y paria de todos! A ti me dirijo para darte mi consuelo por no ser tú un Golem de carne y hueso. Por estarte vedado el amor. Porque tú nos fascinas, pero te tememos. Tu toque ardiente impide la cercanía de un apretón de manos, símbolo de la amistad. Y tu llamada, dirigida a los que ya no están con nosotros, afecta a todo aquel que como yo cree en tu presencia espectral y nauseabunda, regenerada hasta la saciedad a partir de la palabra que late en tu corazón. Porque yo, como la ciudad que te adoptó, somos fervientes feligreses de la Verdad, tu verdad, y esclavos sumisos de la mortalidad.
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